Justicia imparcial que haga justicia, contrario a lo que suele creerse,
no existe. Un poco para arria o un poco para abajo lo que existe en todas
partes es la ley del más poderoso. En algunos países, los poderosos se rotan
con frecuencia, pero, en otros, hay dictaduras eternas, cuyos jefes son delincuentes
permanentes inmunes que cometen todos los delitos que les dé la gana, como
ocurre, por ejemplo, con los gobernantes de Corea del Norte, Arabia Saudita,
Venezuela.
Mi libro titulado Pato Muerto plantea establecer,
a nivel mundial, un Jefe o Director de la Humanidad con facultades para
destituir y encarcelar a los dictadores y a todos los criminales inalcanzables para
la justicia actual. Uno de los actores que ponen en evidencia dicho flagelo es
El Abogado del Diablo, cuya narración es la siguiente:
CAPÍTULO 2, ACTUACIÓN DEL ABOGADO DEL DIABLO
Y para iniciar este tema les voy a contar la historia de un hecho que
ocurrió en una gran empresa que tenía una vacante para contratar un abogado y,
claro está, el examen de admisión para acceder al puesto lo redactó un leguleyo
que era socio de dicha empresa.
Los abogados varados sobran casi en todas partes y, debido a ese
detalle, cuando se supo de dicha vacante se presentaron numerosos leguleyos a
la empresa, con la intensión de obtener el puesto. Pero sólo había una vacante
y a la entrada de la empresa había un aviso que decía que el empleo sería para
el abogado que mejor respondiera la prueba el día del examen de admisión.
El día del examen, como si fueran estudiantes, lo único que podían
llevar los abogados para hacer dicha prueba era un lápiz y un borrador, pero
casi todos se las arreglaron para llevar escrito en su ropa lo que les parecía
más importante en lo que tenía que ver con el puesto deseado. Y, cuando
abrieron la puerta, el enorme salón se llenó de abogados nerviosos que habían
inscrito sus nombres para hacer dicho examen, y todos trataron de tomar los
puestos de atrás para poder hacer trampas. Sin embargo, el examen no contenía
la cantidad de preguntas que ellos esperaban; en un tablero enorme estaba la
única pregunta que debían resolver, cuyo contenido decía: ¿Qué derechos y
obligaciones cree Usted que deben tener los trabajadores y los clientes de esta
Empresa?
El examen debían resolverlo en media hora, y las respuestas de casi
todos los abogados fueron muy similares. Mencionaban las leyes, decretos y
resoluciones gubernamentales que regulaban cada uno de los temas laborales y de
usuarios y clientes, pero a muchos no les alcanzó el tiempo; en el momento que
se iban a llevar la urna les tocó depositar el examen sin estar terminado de
resolver. Sin embargo, el más zorro de los abogados resolvió la pregunta en
menos de dos minutos. Como respuesta escribió: “Creo que los trabajadores y los
clientes de esta Firma deben tener los derechos y las obligaciones que le
convenga a esta Empresa”. Dicho leguleyo dobló el examen para que nadie viera
su respuesta, lo depositó en la urna y se marchó convencido de que tenía
asegurado el empleo. Y no estaba equivocado, a los pocos días lo llamaron de la
empresa y le dieron el empleo.
El ejemplo anterior es una moraleja que puede servir para dar una idea
de lo corrupto que es la abogacía. Y por eso es que muchos dicen que la
humanidad sería más justa si no existieran los abogados; que nadie debería
estudiar esa carrera y que dicha profesión debería ser eliminada, pero yo no
veo a la Humanidad como un rebaño de mansas ovejas sino como una jauría de
lobos rapaces, y más bien creo que todo el mundo debería ser abogado para que
cada quien pudiera defenderse de los demás. Por conocimiento de causas, debido
a que hago parte del podrido mundo de las leyes, ni creo ni confío en lo que
llaman Justicia, pues, en la práctica, las leyes son aplicaciones que surgen
por el Poder y las administraciones de justicia son los carteles más corruptos
y más criminales de casi todas las naciones del mundo. O sea que las leyes se
hacen para satisfacer los deseos del Poder y no para hacer justicia.
Siempre se ha dicho que los abogados somos bandidos en potencia, y creo
que eso es verdad, pero quienes generan las perversidades que convierten a los
abogados en agentes del delito son los jueces y los magistrados, ya que casi en
su totalidad, los togados son delincuentes de cuello blanco, y son los únicos
profesionales con inmunidad para delinquir. Por ejemplo, si un ingeniero hace
un puente o un edificio y la obra se cae por algún error del profesional, puede
decirse que dicho ingeniero es pato muerto, pues, además de tener que responder
por la obra y por los daños que haya causado, su carrera profesional quedará
arruinada de por vida. En cambio, no ocurre lo mismo con los jueces o
magistrados, a quienes se les pueden caer uno o mil fallos y, sin importar las
injusticias y los daños de los veredictos, las metidas de pata o actos
malévolos de los togados, raras veces les acarrea alguna consecuencia que los
perjudique.
Además, se dice que los políticos son un mal necesario, lo cual es muy
cierto, pero, aunque dichos dirigentes suelen ser los peores parásitos
sociales, las naciones no pueden existir sin políticos. Y es cierto que todas
las reglas y las perversidades surgieron por ideas de los políticos; ellos
inventaron el gobierno, los impuestos, los calendarios, la religión, los
imperios, las naciones, las leyes, la profesión de abogado y casi todas las
normas o supercherías que esclavizan a la humanidad. El Poder Legislativo es
una fábrica de leyes que se les aplican con rigurosidad a los ciudadanos indefensos
y que, entre otros, no cumplen ni los gobiernos ni los administradores de
justicia. Y aunque los legisladores cobran sueldos millonarios por inventar
leyes, por absurdas o por inútiles, muchas de las que éstos aprueban nunca se
aplican y se quedan de papel.
Sin lugar a dudas, la Ciencia ha sido la peor enemiga de las Leyes
Canónicas y los científicos han sido las personas menos propensas al delito. En
torno a esto sirve de ejemplo, primero el caso del científico Bruno Giordano y
luego el de su similar Galilei Galileo, cuyas acciones hacen parte de La
Historia Negra de La Iglesia, una obra de autor desconocido que todo el
tiempo hizo parte de los libros prohibidos por la Santa Inquisición. Según
dicha obra, el problema inició cuando Giordano empezó a dar clases de
astronomía en la Universidad de Lovaina, un prestigioso centro académico donde
también enseñaba astronomía el inquisidor y cardenal Roberto Rómulo Belarmino,
un leguleyo radical que creía que lo único cierto era lo que decía la Iglesia y
cuyo punto de vista en torno al universo era totalmente distinto al mundo
universal que veía y enseñaba Giordano.
El inquisidor Belarmino no era astrónomo, era abogado, y su cátedra de
astronomía la basaba en las reglas y creencias amañadas de la Iglesia; enseñaba
que la Tierra era el centro del universo y que todo giraba a su alrededor.
Añadía que nuestro planeta era plano, como una arepa, y que por encima estaba
el Cielo o Casa de Dios, a cuya diestra estaba el Cristo Romano, y debajo de la
Tierra se hallaba el Infierno, cosa que él describía como una gran hoguera y
explicaba que ésta era la casa de Satanás, el lugar donde, según sus
explicaciones, iban a parar las almas de todos los que no se sometieran a pagar
los diezmos y a las humillantes reglas de la Iglesia.
Por su parte, el monje y científico Giordano explicaba que la Tierra
giraba alrededor del Sol, el cual describía como un astro luminoso y añadía que
éste era una de las estrellas que conformaba uno de los tantos sistemas
planetarios del universo. En el universo de Bruno no existían ni el Cielo ni el
Infierno, y en su modo de enseñanza apoyaba la teoría heliocéntrica de Nicolás
Copérnico, que entonces era una tesis sumamente perjudicial para la Iglesia, ya
que un universo así dejaba al Cristo Romano sin Cielo de donde vigilarnos y sin
Infierno para castigarnos.
El modo de enseñanza de Giordano hizo surgir varios líos, a favor y en
contra, y, a lo último, dicho enredo fue consultado por un representante de la
Iglesia con numerosos abogados, pero ningún leguleyo aceptó contravenir al
científico Giordano en ese asunto, ya que, incluso, él aseguraba que este
planeta era redondo y giraba en sí mismo, y que, por lo tanto, en la práctica
Oriente y Occidente no existían, y lo único que se logró en esas diligencias
fue crear una comisión para que contratara a alguien que pudiera sobornar a
Bruno para que, por ser perjudicial para la Santa Iglesia, cambiara su
teoría.
Belarmino era un juez inquisidor que no andaba con rodeos para ordenar
asesinar a quien no pagara los diezmos eclesiásticos y a todo el que con su
muerte beneficiara a la Santa Iglesia, pero no le pareció conveniente matar a
Giordano, por ser este un monje católico y pobre, y, para evitarle la muerte al
religioso, el inquisidor envió a un abogado que le había asegurado a la
comisión que era amigo del científico y que creía que podía convencerlo a
cambiar su tesis y a renunciar a la enseñanza universitaria si a cambio de eso
era nombrado cardenal. Dicho abogado era un tipo audaz y contaba con el
respaldo de la Iglesia, incluido el de su santidad Clemente VIII, y Bruno era
un científico que siempre estaba ocupado en sus investigaciones y que tenía
pocos amigos.
El científico recibió al abogado en un observatorio espacial que había
construido él mismo al lado de su casa, y, por su humilde apariencia, el
leguleyo pensó que el monje se iba poner muy contento cuando le ofreciera el
nombramiento de cardenal. Pero el sabio monje ni se inmutó con dicha propuesta,
y solo después de mucha insistencia le respondió al abogado que la Tierra no
iba a dejar de girar alrededor del sol por el mero hecho de que lo nombraran a
él de cardenal, y el abogado le repostó: “A los jefes de la Iglesia no les
importa cómo funcionen los mecanismos del universo, lo que quieren es que Usted
se retracte en ese tema y diga que sus teoría son equivocadas y que las correctas
son las que enseña el cardenal Belarmino”, a cuya explicación, el científico
respondió: La Tierra es redonda y gira en sí misma y alrededor del sol y eso
nadie lo puede cambiar.
Poco después, sin abogado que lo defendiera y por no dejarse sobornar
ni cambiar sus teorías científicas, el sabio Bruno fue condenado a muerte por
el inquisidor Belarmino, quien lo hizo quemar en una hoguera el 17 de febrero
del año 1600, a la vista del público para que su castigo sirviera de
escarmiento, es decir, para dejar en claro que sería pato muerto todo el que
contradijera las normas o enseñanzas de la Santa Iglesia.
Al haber quemado a Bruno, cuyo asesinato, inclusive, contó con el apoyo
de los creyentes protestantes, el cardenal Belarmino y la cúpula eclesiástica
creyeron que por muchos años nadie iba a contradecir el universo que admitía la
Iglesia, pero el muy famoso sabio y astrónomo Galilei Galileo poco después hizo
público su respaldo a las teorías heliocéntricas de Nicolás Copérnico, lo cual
era igual a respaldar la tesis por la que había sido condenado Bruno. Y Galileo
ya era reconocido como el mandracu más sabio de esa época, por lo que ese
respaldo era como un jaque mate a la cátedra de Belarmino, quien era el hombre
más temible de esa época y quien quedó aterrado al saber de dicho respaldo,
pues no entendía cómo un sabio de esa talla cometía la estupidez de desafiarlo
a él a sabiendas de que no dudaría en asarlo, como había hecho con el terco y
‘estúpido’ Giordano.
Bruno no era rico, pero contaba con los recursos para contratar a un
buen abogado. El problema fue que ningún abogado que diera la talla requerida
para su complicado proceso aceptó defenderlo, por la simple razón de que los
leguleyos no querían tener líos con el profesor de astronomía y todopoderoso cardenal
Belarmino, cuya teoría era lo que estaba en juego. Pero el caso de Galileo,
aunque se trataba de lo mismo, era distinto al de Bruno, pues este mandracu era
amigo de algunos de los más encumbrados rivales de los jefes de la Iglesia, es
decir, de líderes políticos que también pertenecían a la rosca eclesiástica,
pero que políticamente eran opositores de la rosca política del entonces papa
Clemente VIII.
Galileo carecía de malicia y antes de hacer pública su posición en
torno al universo, no se imaginó la ofensa que le iba a causar a Belarmino su
respaldo a la teoría heliocéntrica, pero, como ya fue explicado, muchos
científicos suelen ser personas insobornables, rigurosas y muy difíciles de
amoldar. Dicho mandracu fue el inventor del telescopio y en esos días estaba
estrenando el más sofisticado que había hecho hasta entonces, y, con ese
aparato, además de verificar el movimiento de otros planetas, había comprobado
la rotación de la Tierra en sí misma y alrededor del sol. Y, por sus
investigaciones, tenía la certeza de que no existían ni el Cielo ni el Infierno
que predicaba la Iglesia, inexistencias que por ningún motivo le convenían ni
aceptaba la Santa Inquisición, ya que eso era igual a que por encima de la
Tierra no existiera la tan predicada Gloria de Dios que, según la Iglesia, el
supuesto Salvador Jesús les entregaba a las almas de los ‘fieles’ a cambio del
obligatorio pago de diezmos.
Al enterarse Belarmino del problema que le estaba generando Galileo, de
urgencia convocó una reunión con los jueces del Santo Oficio, para dilucidar
cómo condenar por herejía, lo más rápido posible, al mandracu que estaba
desacreditando su cátedra universitaria, ya que, si no era silenciado con
rapidez, quizá hasta podía convertir en pato muerto la fe en la Santa Iglesia.
Y, por el afán, el proceso se inició sin demanda y con el fallo ya decidido,
pero de todos modos había que hacer una pantomima, con abogado en ambas partes,
en la que supuestamente se haría justicia. El juez era Belarmino, y no hizo la
demanda porque, desde su punto de vista, habría que hacerla ante sí mismo y
veía que eso era perder tiempo. Sin embargo, el defensor de Galileo, un
mandracu a quien le sobraban cojones y a quien la mafia eclesiástica de ese
entonces bautizó como ‘el Abogado del Diablo’, el mismo día que empezó el
proceso le instauró una demanda al juez Belarmino, precisamente, porque de
acuerdo a una ley canónica, en un proceso no se podía ser juez y parte.
Belarmino en la práctica podía hacer casi lo que le diera la gana,
porque era sobrino del ya difunto papa Marcelo II, pero quedó aterrado cuando
supo quién era el abogado defensor de Galileo. Se trataba de un abogado
italiano de apellido Medici, experto en derecho canónico, cuya familia era de
la rosca eclesiástica y aportadora de varios pontífices de la Iglesia, quien,
además de conocedor de las farsas y trucos de la Justicia eclesiástica, contaba
con el apoyo de varios parientes suyos que eran miembros del Colegio
Cardenalicio, es decir, de los cardenales que elegían al papa y que a la vez
podían ser elegidos pontífices. Sabía que a este abogado no lo podía intimidar
con la hoguera, pues la Justicia siempre se inclina en contra de los más
débiles o indefensos y este mandracu, a quien la Inquisición, como ya se dijo,
empezó a llamar como ‘el Abogado del Diablo’, era el leguleyo al que más le
temían los inquisidores del Santo Oficio; ningún inquisidor, por muy criminal
que fuera, quería que este abogado defendiera un acusado de la iglesia, y mucho
menos cuando el proceso era para asesinar a algún rico con el propósito de
robar algo valioso.
Tal como ocurre ahora con la Justicia, en esa época el derecho canónico
era un despelote; nadie sabía a qué atenerse, muchas veces el Santo Oficio y la
Inquisición no se ponían de acuerdo en un proceso, y por ese impase, aunque
fuera inocente, un procesado podía durar años en prisión. Y algo así ocurrió en
el proceso de Galileo, pues mientras para dicho caso el Santo Oficio pedía un
juez distinto a Belarmino, argumentando que había conflicto de intereses por
estar de por medio la cátedra del cardenal, la Inquisición no veía tal
impedimento ya que, en resumen, consideraba que dicha cátedra era la posición
de la Iglesia, en torno a la conformación del universo.
El lío era complicado y se enredó aún más cuando Belarmino nombró un
juez títere suyo que no era del agrado del Santo Oficio y por eso el proceso
duró varios años en un limbo jurídico.
Sin embargo, Belarmino logró acallar a Galileo al solicitar y conseguir,
como medida cautelar, la prohibición de publicar las teorías del astrónomo,
pero dicha determinación fue apelada por ‘el Abogado del Diablo’ y con esa
apelación se armó la de Troya. El respaldo de Galileo a la teoría de que la
Tierra giraba alrededor del sol fue considerado por el Santo Oficio como “execrable
y más pernicioso para la Iglesia que los escritos de Lutero y Calvino”, y el
jesuita Cristóbal Clavijo proclamó: “Todo el sistema de los cielos ha quedado
destruido y debe arreglarse”.
El abogado del inquisidor le pidió al astrónomo que presentara pruebas
que demostraran que la Tierra giraba alrededor del sol, y, en respuesta, el
‘abogado del Diablo’ solicitó que el profesor y el astrónomo sostuvieran una
contienda de conocimientos de astronomía, duelo que no aceptó la parte
demandante y se sostuvo en la solicitud de pruebas que había solicitado, cosa
que fue aprobada por el tribunal inquisitorio y que incluyó la aceptación de
una condición solicitada por ‘el Abogado del Diablo’ y apoyada por el Santo
Oficio, que consistió en que en dicha exposición de pruebas estuvieran como
peritos al menos dos reconocidos astrónomos. Los intelectuales se interesaron
en dicho proceso y el juicio se puso de alquilar balcones; se decía que era una
pelea entre Dios y el Diablo, pero no había acuerdo en cuanto a cuál de las
partes era Dios y cuál era Diablo.
La audiencia de pruebas se realizó con tres astrónomos y numerosos
personajes, pero las cosas no resultaron como se esperaba; ninguno de los
intelectuales entendió las explicaciones de Galileo y los tres astrónomos
quedaron lelos con la exposición que él hizo del universo, y, luego de éstos
declararse como humildes alumnos del tan brillante sabio, éste les explicó cómo
calcular los eclipses, detalle de predecir que la Inquisición denominaba como
brujería. Y el tema se complicó más cuando Galileo dijo que la Tierra no era
plana sino redonda y que ese asunto se podía comprobar con su telescopio y una
nave con una vela bastante alta. Belarmino le dijo a su abogado que solicitara
hacer esa prueba y, al hacer dicha solicitud, por instrucciones de Galileo ‘el
Abogado del Diablo’ respondió que para hacerla eran necesarios dos barcos; uno
grande al que había que adecuarle un mástil de más de cien yardas de alto, para
que se alejara en el mar, y otro mas pequeño para ser usado de observatorio.
Tanto la gente de la Iglesia como los amigos de Galileo se interesaron
en conseguir y adecuar los dos barcos para hacer la prueba que demostraría la
redondez de la Tierra. El mástil del barco fue forrado con telas de distintos
colores, ya que, según Galileo, dicho barco en la medida que se fuera alejando
de la otra nave se iría perdiendo de vista de abajo hacia arriba, lo cual,
según el astrónomo, ocurriría en todas las direcciones, o sea que si el barco
grande se quedaba anclado en un lugar, en cualquier dirección que se alejara de
él la nave pequeña, debido a la redondez de la Tierra, ocurriría el mismo
fenómeno de irse perdiendo de vista el barco, de abajo hacia arriba. El sabio
hizo elaborar una esfera grande de madera y dos barcos en miniatura, los
cuales, para demostrar cómo era el asunto, los fue alejando sobre la esfera y
por debajo de un hilo tensionado hasta que, por la redondez, el hilo pegaba en
el centro con la esfera sin tocar los barcos que estaban en las puntas del
hilo, y explicó que, por la redondez de la Tierra, el barco del mástil alto
iría desapareciendo en el mar, de abajo hacia arriba.
Por orden de la Iglesia, la prueba con los barcos debía hacerse en
absoluto secreto, pero, debido a las complicaciones para realizarla, hubo que
involucrar a muchos intelectuales, quienes al enterarse del asunto daban por
seguro que si las cosas no salían como decía el astrónomo, éste sería pato
muerto en una hoguera, pero, si el tipo se salía con las suyas, el pato muerto
sería la tesis de Belarmino y a la Iglesia no le quedaría otra alternativa que liberar
a Galileo y aceptar la redondez de la Tierra. Y, para mal de la Iglesia y
humillación de Belarmino, las cosas resultaron tal como las había predicho
Galileo. Sin embargo, hubo que esperar varios siglos para que la Iglesia
aceptara que la Tierra es redonda y que hace los movimientos que describieron
Bruno y Galileo.
Para realizar dicho evento, el barco del mástil alto fue fondeado lejos
de tierra firme, y los observadores, desde la nave pequeña, dando vueltas
alrededor de dicho barco comprobaron que en todas las direcciones que se
alejaban del buque, en la medida que se iban alejando de él, éste iba
desapareciendo, siendo su desaparición de abajo hacia arriba, tal como lo había
predicho el astrónomo, quien entonces quería medir las distancias entre las dos
naves, según decía, para aprovechar esos datos para calcular la circunferencia
de la Tierra.
El inquisidor Belarmino, cuando vio que su causa estaba perdida, quiso
interrumpir la prueba, pero a bordo iban varios eruditos y líderes poderosos
que habían financiado dicho evento y que exigían la devolución de sus gastos si
se interrumpían dichas operaciones, motivo por el que al inquisidor le tocó
reversar, aunque desde entonces supuestamente se enfermó y no volvió a usar el
telescopio de Galileo y se marginó de la investigación.
El gobierno eclesiástico siempre fue una dictadura y las dictaduras
nunca pierden pleito; de alguna cosa se pegan para poner a funcionar sus
patrañas y así logran lo que se propongan; en el caso de Galileo, supuestamente
mientras se aclaraban las cosas, la dictadura eclesiástica ordenó encerrarlo en
una villa, sin derecho a publicar sus teorías científicas, y con el agravante
de que quedó indefenso porque en esos días murió el pontífice y, en reemplazo
de Clemente VIII, un pariente cercano del ‘Abogado del Diablo’ fue elegido papa
y, por asuntos políticos, dicho leguleyo se declaró impedido para seguir con la
defensa del astrónomo. Olvidado en una villa permaneció Galileo encerrado hasta
el 8 de enero de 1642 cuando murió y, enseguida, la Santa Inquisición decomisó
todas las obras del científico, incluyendo libros, teorías y un sinnúmero de
datos.
Bruno y Galileo fueron patos muertos por la Iglesia, es decir, del muy
poderoso cartel mafioso romano que de alguna manera ha convertido en pato
muerto a gran parte de la humanidad. En esos tiempos, la autoridad eclesiástica
estaba por encima de las autoridades gubernamentales y la Inquisición y el
Santo Oficio eran una máquina criminal que cometía todos los delitos y todas
las injusticias humanamente posibles con tal de agrandar las riquezas y el
poder político de la Santa Iglesia, siendo éstos el conjunto sanguinario y
perverso que convirtió al Vaticano en el Estado teocrático capitalista más rico
del mundo.
Para la época de Galileo, con la anuencia de la Iglesia, América ya
había sido saqueada y esclavizada por España y Portugal, y aunque después las
monarquías fueron expulsadas de este continente, debido a la dureza del
sometimiento de conciencia aplicado por los farsantes católicos, no ha sido
posible liberarnos de la muy perversa Santa Sede, la entidad que nos legó sus
vicios, entre estos el ejercicio de la injusticia social. Y, por ese legado de
enseñanzas perversas que nos aplicó la Santa Iglesia, en este momento la
Justicia de casi todas las naciones está convirtiendo en pato muerto a un
sinnúmero de inocentes indefensos.
En la actualidad, gran parte del mundo es un paraíso de impunidad. Y
por ser así las cosas, don Matías era un campesino y empresario que no creía en
la Justicia y cuando no podía hacerla por sus propios medios dejaba el asunto
quieto. Aconsejaba no acudir a la Justicia cuando quien hacía el daño era
alguien dispuesto a sobornar y económicamente más poderoso que el perjudicado.
Decía que se perdía tiempo y se aumentaba la pérdida si en tales circunstancias
se acudía a la Justicia, y que cuando no se podía hacer justicia en forma
directa, era mejor darse por perdido, pues, desde su punto de vista, los
togados suele ser sujetos sobornables y tan bandidos como los delincuentes que
ellos juzgan, explicación a la que le añadía que la diferencia es que éstos son
criminales comunes y los togados son delincuentes de cuello blanco.
Que la Justicia es corrupta es cierto, y para dar una idea de este
asunto pongo como ejemplo al antes mencionado Don Matías, un señor que andaba
en un tractor con aire acondicionado, debido a que las calles de El Silencio,
la pequeña ciudad donde vivía, por descuido gubernamental eran casi
intransitables. Yo me había graduado de abogado hacía pocos meses y, en busca
de empleo, llegué a El Silencio y empecé a trabajar con dicho personaje, quien
entonces era un millonario y líder campesino que, según decían, era casi
analfabeta y más conocido como el Gran Jefe, porque en la práctica él era quien
mandaba en toda la región. Me hallaba endeudado, necesitaba empleo y por
fortuna a dicho señor desde el comienzo le caí bien, y, sin complicaciones, me
recomendó para un puesto en la alcaldía y como si ese fuera mi nombre, con
mucho respeto, desde el comienzo él me llamaba como ‘señor Doctorcito’.
A don Matías no le agradaban las invitaciones que le hacían a las muy
frecuentes reuniones de la burocracia gubernamental y, para que lo reemplazara,
me nombró de ‘Representante Comunal’, un puesto que era una cuota burocrática
suya en la administración local, y además me puso a redactar toda clase de
documentos y a hacer las diligencias burocráticas suyas. El sueldo que ganaba
era poco, pero mi patrón me daba vivienda y la alcaldía me facilitaba la comida
y, por el agite, los dos primeros años se hicieron agradables y pasaron rápido.
En el Silencio reinaba la ley
del silencio. Con frecuencia aparecían cadáveres tirados en cualquier parte y,
sin diligencia gubernamental, los sepultaban en fosas comunes envueltos en
bolsas de basura y nadie hablaba del asunto ni se molestaba por saber los
nombres de los difuntos. Sin embargo, en secreto, mi patrón estaba investigando
la desaparición de varios menores de edad que, sin dejar rastro, habían
desaparecido en los últimos tres años, y yo por casualidad me había enterado de
ese asunto y pensaba que algunos de esos asesinatos quizá tenían que ver con el
problema de los niños, pero un día mi patrón me comentó que hasta el presente
no había logrado identificar ningún sospechoso.
Un miércoles de ceniza desapareció una adolescente que era sobrina de
mi patrón y con ese rapto se armó la grande en El Silencio. Hacía varios días
no había hablado con el Gran Jefe y, para adelantar las cosas, me puse a
redactar la demanda de la desaparición de la menor, labor que hice teniendo en
cuenta todos los detalles de ley requeridos por las autoridades en esos casos,
y justo, cuando terminé de escribir la demanda llegó en su tractor el señor
Matías. En El Silencio, todos conocíamos a Guadalupe o ‘Lupita’, como la
llamaba todo el mundo, porque con frecuencia acompañaba a su tío, a quien a
veces le manejaba el tractor.
Con absoluta franqueza le dije a mi patrón que lamentaba mucho la
desaparición de su sobrina, detalle que era de verdad, ya que la niña con frecuencia
me pedía que le ayudara a resolver sus tareas escolares y yo la apreciaba
mucho, lo cual era de conocimiento de toda su familia, que también me apreciaba
a mí. Luego de un corto silencio, le dije a don Matías que ya tenía lista la
demanda por la desaparición de ‘Lupita’; que entre más rápido se instaurara más
ventajas había para hallarla. “La encontramos muerta y sabemos quién la mató”,
me respondió y se puso las manos en los ojos tal vez para ocultar sus lágrimas,
y yo le expliqué que enseguida me iba a dedicar a modificar la demanda para
presentarla ese mismo día; le pregunté sí habían capturado al asesino, a lo
cual me respondió que sí con un movimiento de cabeza.
El Gran Jefe apartó las manos de sus ojos y me dijo que no había que
poner demanda porque, en vez de proceso, al asesino se le haría un juicio, y me
explicó que yo sería el escribiente en ese evento, añadiendo que dicho asunto
iba a empezar de inmediato, que se realizaría fuera del casco urbano y que sólo
necesitaba llevar papel y lápiz. Y agregó que alistara las cosas porque antes
de media hora vendría un tipo en una moto a llevarme al lugar de los sucesos. Y
así ocurrió, pero el viaje fue mucho más largo y más incómodo de lo que yo
esperaba, y además el tipo me dejó en un rincón solitario que habían limpiado
ese día pero que estaba en medio de la nada y casi rodeado de unas lomas llenas
de malezas con espinas, lugar donde había un grupo de campesinos que estaban de
pie junto a un montón de sillas, portando todos un machete pelado y afilado,
como de casi un metro de largo. Pero, no obstante a su mal aspecto, los tipos
fueron muy amables y serviciales conmigo; enseguida que los saludé me
acomodaron en una silla, me dieron agua helada y me dijeron que el Gran Jefe no
demoraba, que les había dicho que limpiaran el lugar mientras él iba a traer
una máquina.
Y a los pocos minutos de yo haber llegado empezó a llegar gente que yo
conocía de vista, es decir, personas de quienes no sabía o no recordaba sus
nombres pero que sabía que trabajaban con mi patrón. Todos me saludaron
diciendo: “¿Cómo anda todo Doctorcito?”, frase que era igual al saludo de mi
patrón y que ellos la decían con la misma naturalidad del Gran Jefe. El hombre
que estaba a cargo del operativo para realizar el juicio llegó pocos minutos
después y les dijo a los campesinos que había que agrandar el ruedo y ellos en
pocos minutos hicieron el trabajo que hacía falta y, luego, mientras otro grupo
levantaba unas carpas, los labriegos acomodaron las sillas en dos frentes, y en
el centro dejaron un área escueta y descarpada, con lo que el sitio quedó
pareciendo más una gallera macabra que un salón de audiencias.
El Gran Jefe llegó manejando una retroexcavadora nueva, se bajó de la
máquina, levantó su mano derecha en señal de saludo y se dedicó de lleno a
organizar el evento. Lo primero que ordenó organizar fue el lugar donde debían
sentarse las mujeres y los niños, quienes llegaron a los pocos minutos en un
remolque, jalado por un tractor, junto con numerosos hombres a caballo y
armados, y en pocos minutos el ‘salón’ se llenó de gente que se conocía entre
sí y algunos eran las familias casi completas de los menores que habían
desaparecido en los últimos tres años, todos convocados por don Matías para que
supieran lo que les había ocurrido a los niños desaparecidos.
“Traigan la bestia”, ordenó el Gran Jefe cuando todos estábamos
acomodados para iniciar el juicio, y enseguida seis de los hombres armados
montaron a caballo y a los pocos minutos regresaron trayendo jalado por el
cuello y los testículos al único cura que había en la ciudad. Hasta ese momento
nadie sabía quién había asesinado a ‘Lupita’, inclusive, ni siquiera se sabía
dónde habían encontrado su cuerpo ni el lugar donde estaba su cadáver, y cuando
la gente vio al padre Ricardo con su sotana desgarrada y su cara hinchada,
quedó muda por la sorpresa. Pero los tipos que lo traían sí sabían la clase de
delincuente que era el cura y, por eso, con frecuencia jalaban duro la cuerda
que lo ataba del gajo de sus testículos.
Dos días antes, el Gran Jefe y sus hombres de más confianza se habían
metido de sorpresa en la casa cural y habían encontrado al padre Ricardo
cocinando una parte de la carne de ‘Lupita’ y el resto de su cuerpo lo
encontraron destrozado en su nevera, pero sólo ellos sabían ese asunto, ya que
Don Matías, cuando tenía un problema difícil, ordenaba hacer silencio del tema
y se encerraba a meditar, y de ahí en adelante ninguno de sus colaboradores
podía dar información del asunto, por lo cual, aunque por lo que él había dicho
todo el mundo sabía que habían encontrado los restos de ‘Lupita’, nadie sabía
los detalles del descubrimiento.
El Gran Jefe fue al grano; dijo que había convocado a las familias con
mujeres y niños para que todos fueran testigos de lo fácil que era que un lobo
humano se disfrazara de pastor religioso. Y añadió: “No estamos inventando un
cuento; hallamos al ‘señor Curita’ – así llamaba él al cura Ricardo- cocinando
la carne de ‘Lupita’; estaba feliz, cantando, y cuando lo sorprendimos lo único
que nos dijo fue que no creyéramos que él estaba preparando su comida, que el
guiso era para sus dos perros y unos gatos pardos que llegaban a la casa cural
tarde de la noche. Y confesó su autoría única en la violación y asesinato de mi
sobrina, pero cuando digo única solo me refiero a que no tuvo cómplices, porque
también confesó haber violado y asesinado a todos los menores que
desaparecieron en El Silencio los últimos tres años.”
La gente, cuando escuchó lo dicho por el Gran Jefe, reaccionó con el
propósito de linchar al padre Ricardo, pero don Matías levantó su mano derecha
y en voz alta dijo: “Alto ahí. No los he traído para que se conviertan en
asesinos, de este asunto se van a encargar otras personas; además, hace falta
que él nos diga dónde están los restos de los demás menores. Ahora veremos si
el señor Curita tiene la valentía de aclararnos las cosas o si será necesario
que cada uno de los hombres que tienen sus rulas levantadas le dé un planazo,
con su machete caliente. Pero si no habla dándole planazos, entonces cada uno
de estos hombres le cortará un dedo, una oreja, el pene, en fin; Usted verá
señor Curita cómo quiere morir, ya que de todos modos va a ser ejecutado y lo
único que se puede ahorrar, si nos confiesa sus delitos, es el maltrato, pues
el martirio del Nazareno, comparado con lo que a Usted le espera si no habla,
sería como pañitos de agua tibia. Y le doy mi palabra que si confiesa todos los
asesinatos y violaciones de menores que ha cometido y nos dice dónde ocultó sus
cadáveres, no permitiré que muera martirizado; pero cuando digo todos es todos,
es decir, también tendrá que confesar las violaciones y asesinatos de menores
que haya cometido fuera de El Silencio y decirnos dónde están sus restos. El
Doctorcito anotará todo lo que acontezca de aquí en adelante, y Usted tendrá
que contarnos todos los asesinatos y violaciones que ha cometido, señor Curita,
pues eso es lo que deseamos todos, especialmente los familiares de sus
víctimas.”
El cura levantó la cabeza y mirando a los familiares de los niños desaparecidos
les pidió perdón por el inmenso daño que les había causado, y explicó que
aunque había asesinado a varios niños, él no los había violado y que jamás
había abusado sexualmente de ningún varón; que sus muertes sólo habían sido
para evitar que fueran testigos, ya que, en El Silencio, en dos casos las niñas
abusadas, cuando las había atrapado, estaban acompañadas de un niño y que para
evitar que después los chiquillos fuesen testigos en su contra, se había visto
obligado a asesinar a dichos acompañantes. Y explicó que estaba profundamente
arrepentido de esas acciones y que en sus actos religiosos siempre les
aseguraba a los familiares de sus víctimas que algún día encontrarían a sus
seres queridos, porque, de alguna manera, algún día les iba a decir a ellos
dónde estaban los restos de sus víctimas, y que, para facilitar esa labor,
había sepultado los huesos de cada uno de los menores junto con su ropa y las
cosas que llevaban el día de la desaparición, cuyos entierros estaban en la
pared que unía a la casa cural con la iglesia y que la primera niña que había
asesinado estaba sepultada en la esquina y los restos de los demás los había
enterrado junto a la pared, en orden de antigüedad de los hechos, de dicho
sitio hacia la calle.
“Pare un momento señor Curita”, dijo el Gran Jefe al oír dichos
detalles, y luego explicó que mientras se verificaba la veracidad de lo dicho
por ‘la Bestia’, se retiraran del evento todas las mujeres y los familiares de
los menores desaparecidos y que si todo resultaba positivo no era necesaria la
presencia de éstos en la continuación del juicio. En ese momento, el Gran Jefe
tenía el control absoluto de las cosas; sin decir una palabra, todos los
familiares de los menores desaparecidos se levantaron de sus sillas y, yendo
primero las mujeres y sus niños, se subieron al remolque que los había traído,
el cual salió enseguida por una ruta distinta a la que tomó la moto que me
había traído, vía esta que era un atajo no apto para vehículos pesados y el
cual tomaron los hombres a caballo a quienes el Gran Jefe les dio la misión de
verificar lo antes dicho por el cura Ricardo.
Las cosas quedaron quietas durante unos minutos y luego de que se
fueron las personas ya mencionadas, el Gran Jefe continuó haciendo el
interrogatorio. Autorizados por don Matías, los labriegos se sentaron en las
sillas que habían quedado desocupadas, pero continuaron desafiantes, con sus
enormes machetes, desenvainados. Y, siguiendo el interrogatorio, el Gran Jefe
le ordenó al cura que empezara su historia de violaciones y asesinatos contando
el primer crimen que había cometido, y el religioso respondió que el asunto
había empezado en Italia, cuando él estudiaba en un seminario, y, para evitar
ser violado por unos jefes religiosos pedófilos, con frecuencia éstos lo
obligaban a tener relaciones sexuales con los cadáveres de las niñas que ellos
asesinaban, cuerpos a los que además tenía que cocinar y darles ese guiso a sus
mascotas y sepultar sus huesos.
Las víctimas, dijo él, eran niñas huérfanas o niños que vivían en total
miseria y que eran recogidos por organizaciones eclesiásticas, más que todo por
algunas secciones de Los Legionarios de Cristo, según explicó el cura Ricardo,
una Orden religiosa que por su riqueza también era mencionada como Los
Millonarios de Cristo, y confesó que algunas de sus sectas atrapaban menores
indefensos con la promesa de convertirlas en monjas si eran niñas, o en curas
si eran niños, pero que luego, en vez de lo prometido, muchos de esos menores
eran obligados por jefes eclesiásticos a saciarles sus aberraciones sexuales, y
después de hacer con ellos toda clase de orgías, para evitar demandas, éstos
los asesinaban y desaparecían sus restos, casi siempre de la manera que él
había explicado.
Al oír esa explicación yo le recriminé al cura, en el sentido de que en
Italia no había menores en las condiciones de pobreza que él decía, a lo cual
respondió: “En Europa no hay menores de edad desamparados y en extrema pobreza,
pero en muchos países del Tercer Mundo sí los hay, y la Iglesia lleva siglos
satisfaciendo los deseos de sus monarcas religiosos pedófilos, con menores que
llevan engañados de dichos países sus sectas religiosas, y, por diversas
razones, en especial la falta de familiares pudientes, por esos delitos casi no
se presentan demandas y cuando las hay el Vaticano no les presta atención sino
que hace lo que sea necesario para acallarlas.”
Según sus propias palabras, el cura Ricardo había cometido varios
asesinatos de menores y siempre había violado a las niñas cuando ya estaban
muertas, datos que con todos los detalles de fechas y direcciones anoté y labor
de verificación a la que, con muchas dificultades, luego me dediqué. Don
Matías, sin decir una sola palabra, escuchó la enorme y macabra historia de
crímenes del cura; cuando se hizo de noche prendió la retroexcavadora, la cual
tenía aire acondicionado, bastante espacio y luz interna suficiente para
continuar mi labor, pero el Gran Jefe quiso estar lo más retirado posible del
cura, y por solicitud suya lo ataron de pies y manos lejos de su puesto y
pegado a mi asiento, inclusive, la cuerda que lo ataba de los testículos pasaba
por encima de mis pies antes de llegar a un grueso tubo donde fue amarrada.
Yo había pensado que el Gran Jefe había llevado la retroexcavadora para
hacer la fosa para enterrar al cura, pero la máquina era para que sirviera de
oficina en la noche y además para eludir las nubes de mosquitos que aparecían
al oscurecer. A prima noche cayó un aguacero, pero el interrogatorio continuó
con sólo unas cuantas interferencias causadas por igual número de rayos y
truenos, y sin mayores efectos ya que sus hombres estaban protegidos debajo de
las carpas, escuchando por varios parlantes las declaraciones que daba el cura
en el interior de la máquina, a la cual le habían instalado un amplificador de
sonido y fue estacionada en el centro que dejaron escueto. El Gran Jefe no
meditaba en vano; estando en eso había determinado todos los detalles de ese
‘juicio’ y también cómo evitar que el cura se convirtiera en héroe, pues, desde
ese día, por orden suya la gente de El Silencio lo dio como desaparecido y
nunca le asignaron una tumba.
Casi a las tres de la mañana llegaron los hombres de la comisión a
informarle al Gran Jefe que en el sitio mencionado por el cura habían sido
hallados e identificados por las cosas encontradas, todos los menores
desaparecidos en El Silencio. Además, trajeron los dos perros del cura porque
nadie los quería en la ciudad, y ese asunto se solucionó enseguida cuando dos
labriegos dijeron que ellos se harían cargo de los hermosos cachorros, de los
cuales Don Matías no estaba resentido. El Gran Jefe y yo bajamos de la máquina
y hablamos con los recién llegados un poco retirados y, por eso, el cura no se
enteró del asunto ni vio sus muy apreciados animales. Luego de aclarar las
cosas, les ordenó a sus hombres que, con mucha discreción y sin hacer demanda,
fueran a preparar la ceremonia para sepultar los restos de los menores
fallecidos, incluidos los de su sobrina, y los tipos enseguida se marcharon en
sus caballos.
Cuando regresamos a la máquina hallamos al cura casi desmayado. Pidió
agua y el Gran Jefe le dijo a un labriego que le diera el agua en la boca a ‘la
Bestia’ para no tener que soltarle las manos. Ya eran más de las tres de la
mañana, pero, por lo interesante y tenaz del asunto, la noche se había pasado
rápido y ninguno de nosotros tenía sueño. El cura dijo que en El Silencio ya no
hubiera tenido tiempo para cometer mas asesinatos, porque estaba próximo a ser
trasladado a Italia y añadió que todos sus delitos los había cometido en este
país, inclusive, aseguró que sentía remordimientos porque habían condenado a
muchos años de cárcel a un profesor por la muerte de una de las menores que él
había asesinado. Incluido El Silencio, en total eran cuatro los lugares donde
el cura aseguró que había asesinado menores; explicó que en Europa no cometió
asesinato y que por el lugar donde había sepultado los restos en Italia habían
hecho una autopista y que por eso no era posible hallar esos huesos humanos,
pero creía que los que había enterrado en los demás sitios sí era posible
encontrarlos.
Con todos los detalles, el cura confesó que en cada uno de los otros
tres lugares donde había laborado antes de ser trasladado a El Silencio, había
asesinado y violado a tres niñas, delitos a los que agregó el asesinato sin
violación de dos niños, a quienes dijo haber asfixiado en el lugar donde estaba
cuando lo habían trasladado para El Silencio. Además de anotar con rigurosidad
los detalles de dichos hechos, yo hice varios croquis para facilitar la
ubicación de los lugares donde el cura había ocultado los restos, que no todas
las veces fueron sólo los huesos, pues sin dar más detalles dijo que los
cuerpos de los dos niños los había tirado a un río y sus familiares los habían
rescatado y creían que éstos habían muerto ahogados, y añadió que los cuerpos
completos de dos niñas los había lanzado a un precipicio lejano y que luego
había visto goleros volando por ese lugar y no dudaba que dichas aves habían
devorado esos cadáveres. Además, explicó que por estarse realizando el día de
su muerte un operativo policial, sin haberla violado, había tenido que
abandonar el cuerpo de una menor en un colegio, y que por ese asesinato estaba
preso un profesor que había sido obligado por los administradores de justicia a
reconocer la autoría de ese crimen. Para fortunio del profesor, el cura
conservaba el bolso con las cosas que llevaba la niña el día de su asesinato y
yo después logré encontrar dichos elementos entre las cosas personales del
asesino, los cuales, con muchas dificultades, fueron aceptados por el juez como
pruebas para anular la condena del educador.
El cura finalizó su relato
macabro casi a las ocho de la mañana. Lo último que dijo fue que ya no tenía
mas delitos de menores asesinados por confesar y que de acuerdo al concordato
vigente entre el Vaticano y este país, las autoridades eclesiásticas eran las
únicas competentes para investigarlo o detenerlo a él y que, respetuosamente,
solicitaba que pusiéramos su caso en manos de la Santa Sede, pero, al oír esa
petición, el Gran Jefe respondió indignado: “El cura asesino, pedófilo y
drogadicto Marcial Maciel, en el despacho de su santidad tiene más de mil
demandas por violaciones de menores, asesinatos y toda clase de delitos, y el
castigo que le está dando alias Juan Pablo II es ponerlo de ejemplo de la Santa
Iglesia; y hace poco, en la Santa Sede secuestraron a la adolescente Emanuela
Orlandi y allí mismo la violaron y la convirtieron en esclava sexual y cuando
se aburrieron de hacer con ella todas las orgías que les dio la gana la
asesinaron y desaparecieron su cuerpo, quizá del modo suyo, y por lo tanto
olvídese señor Curita de que le voy a permitir que se marche a Roma a seguir
violando y asesinando niñas pobres, capturadas por la Santa Iglesia en países
del, para ustedes los eclesiásticos, Tercer Mundo.”
En ese momento era evidente que el Gran Jefe no quería seguir
escuchando las palabras del cura; dijo que bajáramos de la máquina y cuando
bajé vi al tipo que me había traído en la moto, estaba esperándome. En voz
baja, don Matías me dijo que redactara y pasara a computador, con la mayor
claridad posible, las declaraciones que había dado ‘la Bestia’, y que después
hablaríamos del asunto. Igual que nosotros, los labriegos tampoco habían dormido
esa noche, todos teníamos hambre y en ese momento nos trajeron desayuno. Y a
los pocos minutos, los mismos tipos que habían traído al cura se lo llevaron,
tal como lo trajeron, es decir, con las manos atadas a la espalda y con una
cuerda que lo jalaba del cuello y otra de los testículos, yendo el cura a pie y
los tipos a caballo.
El Gran Jefe se despidió y se fue en la máquina cuando estábamos
desayunando. Luego del desayuno, el hombre que estaba a cargo, en voz alta
pidió que levantaran las manos quienes consideraran que ‘la Bestia’ era
culpable de los asesinatos de los menores que habían desaparecido en El
Silencio, y todos las levantaron pidiendo justicia. Enseguida pidió que
levantaran las manos quienes creyeran que ‘la Bestia’ era inocente del juicio
que se le estaba haciendo y nadie la levantó. Cuando hubo calma dijo: “Señores
oidores: Con el veredicto de Ustedes, la Bestia resultó culpable por unanimidad
y El Gran Jefe determinará su castigo. Este juicio terminó; gracias señores,
pueden retirarse”, y con su mano derecha levantada en señal de despedida, se
marchó en su caballo.
Cuando ya íbamos a salir, el tipo de la moto me dijo que lo esperara un
momento y se fue con un labriego, pero se demoró tanto que cuando regresó ya
los labriegos se habían llevado todo y me encontró solo y de pie en el lugar ya
desierto donde estaban las carpas. Me dijo que uno de los niños muertos era
primo suyo y que se había demorado por estar presenciando el fusilamiento de
‘la Bestia’. Añadió que ya estaban quemando el cuerpo para que los familiares
de los niños asesinados botaran los huesos del cura en lugares donde no
pudieran ser recuperados, y que, voluntariamente, todos se habían comprometido
a no mencionar jamás ese asunto. El aguacero de esa noche había convertido en
pantano una parte del atajo y, para eludir ese tramo, tomamos una ruta que era
más larga y en dicho camino encontramos dos hombres que estaban esperando al
conductor de la moto, para entregarle un atado de hojas de plátano que contenía
un hueso de ‘la Bestia’, un elemento para mí indeseable que me tocó ayudarle a
cargar en un largo trayecto, hasta un lugar donde me dejó un rato mientras fue
quién sabe a dónde a botar su macabra encomienda.
En los días siguientes, de manera minuciosa elaboré un documento con
las declaraciones de ‘la Bestia’, y poco después, por orden del Gran Jefe le
saqué fotocopias, a las que añadí dos copias para quedarme con ellas. Y la
última vez que hablé con don Matías, junto con un informe del asunto le
entregué dichos documentos; me dio las gracias y me iba a dar un rollo de
dinero, dijo que con esa plata me pagaba por adelantado tres meses para que
fuera a rescatar y entregarles a sus respectivos familiares los restos de los
menores que ‘la Bestia’ había asesinado; yo le respondí que quería realizar esa
misión de voluntario, me despedí de él y no le recibí dinero, pero después
insistió y menos mal que se lo recibí pues me sirvió mucho en dichas
diligencias.
El profesor Naranjo, el hombre que estaba preso por la muerte de una de
las niñas que había asesinado el cura Ricardo, era un hombre a quien todo el
mundo consideraba como arrogante y su comportamiento era el de esas personas
que ningún patrón quiere tener entre sus empleados. El tipo había estudiado
filosofía, pero su verdadera vocación eran los sindicatos, actitud por la que
fue despedido cuando sus patrones descubrieron que estaba organizando un
movimiento sindical en la primera empresa donde trabajaba y por lo que estuvo
varado varios años hasta cuando logró que lo nombraran de profesor en un
colegio gubernamental de bachillerato. Y en dicho colegio tuvo problemas con la
Dirección Académica, por negarse a seguir el modelo académico establecido y por
hacer proselitismo político a favor del comunismo cubano, razón por la que, para
que no diera clase, lo nombraron como Coordinador de Disciplina, y desde
entonces hubo un sinnúmero de quejas en contra suya por mal trato a los
estudiantes; el colegio era mixto y la mayoría de las quejas eran por mal trato
a las niñas; se decía que el tipo no gustaba de las alumnas y que era
homosexual.
En poco tiempo, por su actitud intransigente y arrogante, el profesor
Naranjo se ganó el rechazo tanto de los estudiantes y sus padres como de los
demás profesores del colegio y se hizo ‘enemigo’ de varias niñas, entre éstas,
Otilia, cuyo cadáver fue encontrado en el parqueadero del colegio, al lado de
una moto que era de Naranjo, quien aseguró que la había dejado en el colegio
porque sabía que, para extorsionar a los conductores, las autoridades estaban
realizando un operativo policial y él tenía vencidos algunos de los documentos
de la moto, cosa que pudo demostrar luego de ser detenido como sospechoso del
asesinato de la estudiante. En las declaraciones añadió que, para que no lo
vieran saliendo a pie, había esperado hasta que salieran todos y luego se había
puesto unas gafas oscuras y se había ido caminando hasta su apartamento, en el
cual vivía solo, y que allí estuvo leyendo hasta cuando lo detuvieron esa noche
sin decirle por qué.
Los estudiantes hicieron una marcha por las calles de la ciudad cuando
se supo que yo estaba haciendo diligencias judiciales para que liberaran al
profesor Naranjo, y el cura que había reemplazado al asesino, cuando supo mis
argumentos para liberarlo, me ‘bautizó’ como el Abogado del Diablo. Y el lío se
salió de control cuando le dije a un periodista que yo tenía en mi poder el
bolso y las cosas que llevaba Otilia el día que ella había sido asesinada y que
no había podido encontrar a sus padres para entregarles dichos elementos, con
cuyas declaraciones tenía el propósito de que la familia de la menor asesinada
supiera ese asunto y tratara de comunicarse conmigo, pero el resultado fue que
las autoridades me detuvieron y me decomisaron las cosas de la difunta y el
material que contenía los datos que me había dado el cura Ricardo. Mi detención
quedó a cargo del mismo juez que había condenado al profesor Naranjo a
cincuenta años de cárcel y le había rebajado la mitad del tiempo por haberse
declarado culpable.
El escándalo periodístico no se hizo esperar, y las autoridades no
pudieron evitar que yo le diera a un periodista los datos de los otros menores
que había asesinado el cura Ricardo, por lo que las cosas se complicaron y
empeoraron mucho más cuando, junto con numerosos periodistas, vinieron a hablar
conmigo los familiares de los menores mencionados y luego los medios de
comunicación arremetieron en contra del juez porque él se negaba a mostrar el
bolso con las cosas que llevaba Otilia el día de su muerte, inclusive, el
togado negaba tener a su cargo dichos elementos, pero el comandante de la
policía mostraba un certificado donde constaba que un oficial policial había
entregado y puesto dichos elementos a disposición de su juzgado. La presión de
la prensa hizo que me liberaran para que señalara los lugares donde estaban los
restos de las menores, y con ayuda de la policía logré recuperar las cosas que
me habían retenido, que estaban refundidas en un depósito de la Aduana, y luego
aproveché la fuerza de la opinión pública y de la prensa para hacer destituir
al juez por negarse a revisar el caso del profesor Naranjo.
A lo que más le temen la Iglesia y las autoridades es a los escándalos
que hace la prensa, y entre más conocido e imparcial sea el periodista que
publique los hechos, mayor es el temor de esas dos lacras sociales, cuando son
pilladas en alguno de sus cotidianos e innumerables delitos. Sin embargo, a
diferencia del normal silencio eclesiástico en los temas perjudiciales, en el
sector público no faltan los funcionarios que aprovechan los escándalos para
darse pantalla y hacen que se sepan las cosas, sin importar las consecuencias,
y así ocurrió cuando fue revisado el proceso del profesor Naranjo.
A raíz de rivalidades internas entre los empleados del juzgado se
descubrió que, por la severidad del investigador, el profesor estuvo
incomunicado durante varias semanas, siendo interrogado día y noche, y que lo
habían obligado a firmar un papel en blanco en el que después escribieron, con
una letra bastante parecida a la suya, que confesaba haber asesinado a Otilia
por ser una de sus enemigas políticas. Ya estando libre él le explicó a la
prensa que los investigadores siempre le decían que aunque no hubiera asesinado
a la niña le convenía más declararse culpable que inocente, porque, si no
aceptaba los cargos, podía durar muchos años preso, ya que el juez por
cualquier detalle podía condenarlo y la pena sería tan larga que podría ser
igual a cadena perpetua, pero, en cambio, si se declaraba culpable le rebajaban
la mitad de la pena y otro tanto por no haber tenido antes líos judiciales,
razón por la que había firmado el papel en blanco.
El profesor Naranjo quedó tan agradecido conmigo como ansioso de que le
ayudara a liberar otros presos inocentes que había conocido en la cárcel. Dichos
prisioneros, explicó él, estaban sentenciados a muchos años de cárcel por haber
sido víctimas de policías corruptos, quienes, para robarles, en falsos
positivos les habían colocado narcóticos o armas en el lugar donde los habían
detenido y luego los habían condenado mediante testimonios de un cartel de
testigos falsos integrado por delincuentes que, por dinero o por algún
beneficio, declaraban cualquier cosa que les pidieran los miembros de la fuerza
pública o los administradores de justicia.
En mi país, los magistrados y los jueces eran nombrados por
conveniencias políticas y no por capacidades para administrar justicia y, por
eso, en toda la nación la justicia era prácticamente inexistente. En sí la
justicia era manejada por una alianza de tres organizaciones criminales que
estaba compuesta por la Fuerza Pública, los jueces y togados de mayor grado y
un cartel de testigos falsos, cuyos integrantes eran criminales que declaraban
toda clase de falsedades con tal de recibir algún beneficio y, entre otras anomalías,
en los procesos, los administradores de justicia admitían que tales cosas eran
ciertas y con base en esos testimonios los togados condenaban a personas que
ellos sabían que eran inocentes.
Los padres de los menores asesinados por el cura Ricardo demandaron a
la Iglesia y yo fui testigo en su contra y aporté una grabación que había
logrado obtener y aunque se comprobó que la voz que reconoció haber asesinado a
los menores era la del cura, por solicitud de la parte demandada, la Justicia
no aceptó como válida dicha prueba argumentando que ésta se había hecho sin
orden judicial y sin el consentimiento del incriminado. Y entonces la Iglesia
me ‘confirmó’ como el Abogado del Diablo y poco después me volví famoso al
denunciar las perversidades del papa Juan Pablo II, concretamente que dicho
pontífice había protegido en la Santa Sede al arzobispo estafador Paul
Marcinkus, alias el gorila Marcinkus, un arzobispo delincuente que se robó los
ahorros que tenía mucha gente humilde en el Banco del Vaticano; y además
informé que su santidad era uña y mugre de Enrico De Pedis, un temible capo que
era el jefe de La Magliana, la banda criminal más temible de Italia, quien fue asesinado por líos de la
mafia y quien mediante el pago de una gruesa suma y con el beneplácito del papa
Juan Pablo II fue sepultado en la Basílica de San Apollinare, un lugar que
supuestamente es de uso exclusivo para sepultar a los capos de la Santa
Iglesia, es decir, a personajes eclesiásticos como el arzobispo Marcinkus, de
quien se ha sospechado que participó en el secuestro y muerte de Emanuela
Orlandi y en los asesinatos de Roberto Calvi y del papa Juan Pablo I.
El papa Juan Pablo II en realidad nunca fue un personaje religioso sino
uno de los líderes políticos más perversos del mundo, pero, por su aspecto de
zanahorio y buena gente, logró engañar a gran parte de la humanidad y se
convirtió en uno de los pontífices más carismáticos que ha ocupado la silla de
san Pedro, y además, como hace con todos los pontífices, el Vaticano no ahorró
en gastos con tal de darle la mejor imagen internacional a su santidad,
propósito que logró de sobra al comienzo y que, por lo rentable que parecía el
negocio, aun estando él vivito y coleando ya se estaban haciendo las
diligencias para iniciar su canonización tan pronto falleciera.
Y aunque poco después de su muerte fue convertido en santo, el negocio
resultó mucho menos rentable de lo esperado, debido a la mala imagen que de él
surgió desde antes de ser beatificado, líos entre los que afectó mucho el
secuestro en la Santa Sede de la adolescente Emanuela Orlandi, quien, según le
dijo el cura Gabriel Amorth al periodista Giacomo Calezzi, fue secuestrada en
la Santa Sede y violada y convertida en esclava sexual dentro del Vaticano, es
decir en las narices del ahora san Juan Pablo II, quien en vida no se inmutó
por la desaparición y muerte de Emanuela ni por los tantos crímenes de su
amigo, el cura Marcial Maciel, sino que, al contrario, refugió a dicho cura en
la Santa Sede en la guarida donde, entre otros, tenía protegidos a sus amigos
bandidos Pavol Hnilica, Liege Mennine, Pellegrino de Strobel y el gorila
Marcinkus.
Y, cuando el papa Juan Pablo II inició el proceso para beatificar a la
Madre Teresa de Calcuta, denuncié la farsa que se había tejido acerca de las supuestas
bondades de dicha monja, cuya organización, la Orden de las Misioneras de la
Caridad, siempre estuvo interesada en recaudar dinero para girárselo al
Vaticano y nunca para usarlo en ayudar a los pobres y enfermos a quienes la
monja usaba como pantalla permanente de miseria humana, y cuyas desgracias
ajenas día a día le generaban más donaciones, aumentaban su poder y la
expansión de la fe católica, fingiendo dicha señora llevar una larga vida de
sufrimientos, cosa que era falsa pues ella se hacía sus chequeos médicos en
clínicas modernas de Estados Unidos, con el dinero que recibía de donaciones
para aliviar la pobreza, y sin pedir permiso iba a donde le diera la gana y
siempre viajaba en primera clase, se hospedaba en los mejores hoteles y pedía que
le llevaran a su habitación las mejores y más costosas comidas, ya que como era
de flaca y bajita lo era de buena con la cuchara. El escritor Christopher Hitchens en su libro
titulado La Posición del Misionero: La Madre Teresa en Teoría y en Práctica,
dice que unos voluntarios que habían trabajado en la fundación de la monja, muy
seguros de lo que decían le explicaron: “Más que para hacer caridad, la Misión
es un culto que promueve el sufrimiento y la pobreza.”
Con la ayuda de los medios publicitarios de la Iglesia, la Madre Teresa
con frecuencia aparecía en numerosos periódicos, en muchas cadenas de
televisión y en las revistas más importantes del mundo, medios informativos que
casi siempre la mostraban atendiendo niños que se veían en las peores condiciones
de pobreza y miseria, labor de la monja que tenía como propósito hacer que la
gente se conmoviera y aportara dinero, pero ella jamás mostró que con el dinero
que estaba recibiendo, la situación de esas personas hubiera mejorado. El
resumen es que ella gozaba con el dolor y con la pobreza de otros, pues, según
numerosos informes acerca de las actividades de su Orden, la Madre Teresa
evitaba que los pacientes de su fundación murieran pronto y nunca les daba
remedio para curarlos sino para alargarles la vida y el sufrimiento. En una de
sus tantas conferencias dijo: Pienso que es muy hermoso que los pobres
acepten su destino, que lo compartan con la pasión de Cristo. Pienso que el
sufrimiento de los pobres es de gran ayuda para el mundo.
El escritor Hitchens era tildado por la Iglesia como Abogado del
Diablo. Dicho autor no estaba de acuerdo en que El Vaticano fuera reconocido
como un Estado, pues, desde su punto de vista, para poder serlo un País debe
tener alguna industria que lo haga autosostenible y no depender de una farsa,
como ocurre con la Santa Sede que se sostiene con la Fábula de Jesucristo. En
un segmento de su libro titulado Dios no es Bueno, dice: En 1996, la
República de Irlanda celebró un referéndum acerca de una cuestión: si su
Constitución debería seguir prohibiendo el divorcio. La mayoría de los partidos
políticos en un país cada vez más laico, instaban a los votantes a aprobar una
enmienda legislativa. Lo hacían por dos razones excelentes. Ya no se
consideraba correcto que la Iglesia Católica de Roma prescribiera su moral a
todos los ciudadanos y, evidentemente, era imposible siquiera aspirar a una
definitiva reunificación de Irlanda cuando la gran minoría protestante del
norte rechazaba continuamente la posibilidad de que se implantara un régimen
religioso. La Madre Teresa tomó un avión desde Calcuta para apoyar la campaña a
favor del voto negativo junto a la Iglesia y sus partidarios de línea más dura.
Dicho de otro modo: una irlandesa casada con un borracho maltratador e
incestuoso jamás debería esperar nada mejor para volver a empezar de nuevo;
mientras, los protestantes podían escoger entre aceptar las bendiciones de Roma
o quedarse al margen. Ni siquiera sugería la posibilidad de que los católicos
cumplieran con los mandamientos de su Iglesia sin imponérselos a todos los
demás ciudadanos. Y esto sucedía en las islas Británicas y en la última década
del siglo XX. El referéndum reformó finalmente la Constitución, si bien por la
más estrecha de las mayorías. Ese mismo año la madre Teresa concedió una
entrevista en la que decía que confiaba en que su amiga la princesa Diana fuera
más feliz una vez que se hubiera librado de lo que evidentemente era un
matrimonio desafortunado; pero no debe sorprendernos tanto descubrir a la
Iglesia aplicando criterios más severos a los pobres y ofreciendo indulgencias
a los ricos.
A la Madre Teresa le fascinaba ver sufriendo a los pobres mientras ella
en sus antros de miseria se codeaba con la gente más poderosa del orbe. Y no
sólo era amiga de la princesa Diana, amigos ricos tenía en todo el mundo y
lo que más le encantaba era que los millonarios compartieran con su Orden sus
riquezas, como lo hizo el dictador Duvalier de Haití. Uno de sus amigos era el
católico, estafador y cruzado anti-pornografía, Charles Keating quien, de los
tantos robos que hizo, le donó 1,25 millones de dólares. A este tipo, por
fraude en cajas de ahorro le hicieron un juicio y resultó culpable de estafar a
miles de estadounidenses y entonces su amiga, la Madre Teresa, seguramente
tratando de que le diera otra donación, intercedió por dicho bandido ante el
juez Lance Ito, a quien le mandó una carta en la que entre otras cosas le
decía: “mire en su corazón; piense en lo que Jesús haría”. Y en contra de las
pretensiones de la vividora monja, el fiscal del caso, Paul Turney, le
respondió así:
Le escribo esta
carta para darle una breve explicación acerca de los delitos por los cuales fue
condenado el señor Keating, para permitirle a usted comprender de dónde venía
el dinero que le dio, y también para sugerirle cumplir con el acto moral de
devolver ese dinero a sus legítimos dueños. El señor Keating ha sido reconocido
culpable de haber robado 9.000.000 de dólares a 17 personas. Estas 17 personas
habían recibido un mandato de otras 17.000, a las que el señor Keating robó 252
millones de dólares. Las víctimas de la estafa del señor Keating pertenecen a
todas las capas de la sociedad. Había gente acomodada y culta. Pero la mayoría
era gente modesta que no sabía nada de altas finanzas. Uno de ellos, por
ejemplo, es un pobre carpintero que ni siquiera hablaba inglés y que perdió
todos los ahorros de su vida en la estafa del señor Keating. Usted exhorta al
juez Ito a hundirse en su propio corazón (en el momento de juzgar a Charles
Keating) y a hacer lo que Jesús habría hecho. Le devuelvo la propuesta:
Pregúntese a sí misma lo que Jesús hubiera hecho si alguien le hubiese ofrecido
el fruto de un hurto. ¿Qué hubiera hecho Jesús si se hubiera encontrado en
posesión de dinero robado? ¿Qué hubiera hecho Jesús si hubiera sido explotado
por un ladrón más ansioso de aliviar su conciencia? Presiento que Jesús hubiera
devuelto la cosa robada muy pronto y sin vacilación alguna a su legítimo dueño.
Considero que Usted debería actuar así.” La Madre Teresa
nunca respondió la misiva del fiscal ni mucho menos les devolvió el dinero a
sus dueños.
En suma, la Madre Teresa no era la persona generosa que fingía ser,
sino una ficha clave de la Iglesia que, con el apoyo mediático del Opus Dei, hizo
política sucia y toda clase de patrañas alrededor del mundo, con el propósito
de conseguir donaciones y endosarle el dinero a la mafia eclesiástica, mediante
el Banco del Vaticano. Y, créase o no, lo cierto es que de esas patrañas es que
se sostiene como Estado el Vaticano; por ejemplo, además de las enormes sumas
de dinero que producen para el Vaticano personajes oscuros como esta monja y el
cura Marcial Maciel, en otro de sus modos de patrañas, la Santa Sede legitimó
el régimen del general Franco en España a cambio de beneficios políticos y
económicos que aún asfixian al pueblo español; y ni se diga de los enormes
resultados que obtuvo del régimen nazi, con el cual el Vaticano, en plena
Segunda Guerra Mundial, realizó un concordato en el que se convino que, desde
entonces, la Santa Sede les cobre a los alemanes el “kirchensteuer”, un
impuesto que es obligatorio para la población alemana cristiana y que, en la
práctica, dio como resultado que la Iglesia hubiera sido la única beneficiada
con esa guerra.
Para fomentar la miseria y la esclavitud, tal como lo ha hecho la
Iglesia todo el tiempo, la Madre Teresa y su organización estaban en contra del
aborto y no admitían el uso de anticonceptivos. Y siendo ella la Madre de
nadie, ya que nunca parió, predicaba que se debían tener todos los hijos que
Dios nos diera, lo cual es la receta perfecta para que los pobres aumenten sus
miserias, y al recibir el Nobel de la Paz dijo: El gran destructor de la paz
hoy en día es el llanto de los inocentes niños no nacidos. Si una madre puede
asesinar a su propio hijo en su propio cuarto, ¿qué nos queda a ustedes y a mí?
Matarnos los unos a los otros, frase que refleja el deseo del Vaticano en
el sentido de que en el Tercer Mundo nunca haya escasez de menores desamparados
y en la miseria, que puedan ser engañados y atrapados por sus sectas católicas
y servir para saciar los deseos sexuales de sus monarcas pedófilos, además de
para aparentar que la Iglesia es una entidad samaritana.
En relación al eterno degeneramiento sexual eclesiástico, vale recordar
que la religiosa auténtica, Mary MacKillop, fue excomulgada en el año 1871
porque denunció la pederastia que había en el clero australiano, y fueron
necesarias las presiones populares australianas para que apenas en el año 1995
fuera beatificada, actitud que contrasta con el trato que la Iglesia le dio a
la Madre Teresa, cuyo proceso de canonización se adelantó casi enseguida que
ella murió, pues, mediante una dispensa papal, su beatificación empezó dos años
después de su muerte y ni siquiera tuvo que esperar los cinco años que
establece el Derecho Canónico.
Y por los numerosos escándalos que se han suscitado, incluidos la
falsedad de sus milagros, lo más seguro es que no le funcione al Vaticano el
gran negocio que pretende hacer con esta santa, pues su Orden fue denunciada
por numerosas personas, como lo hizo Hemley González, el fundador del
movimiento Stop The Missionaries of Charity, con el cual busca hacer
rendir cuentas a las Misioneras de la Caridad por su negligencia médica y el
uso indebido de las donaciones que reciben. En una declaración a la Prensa,
González dijo: He empezado este grupo y otros proyectos para denunciar a las
Misioneras de la Caridad y su trabajo y llamar la atención de todo el mundo por
los actos cometidos a diario por ellas. Creo firmemente que como humanos
debemos ayudar a nuestros congéneres necesitados con una transparencia del 100
por ciento y sin que, a cambio de nuestra ayuda, aquellos a los que ayudamos
tengan que coincidir con nosotros con cualquiera que sea el camino espiritual
que escojamos.
Según una investigación hecha por académicos de Canadá, acerca de la
labor de la Madre Teresa han sido escritos alrededor de 300 libros y estudios
periodísticos, de los que se puede resumir que el 97 por ciento califican como
inhumanas y perversas las actividades de su Organización y a ella como una
mujer cruel y farsante que exhibiendo miseria engañó en todo el mundo a muchas
personas generosas que le donaron una enorme cantidad de recursos, la mayoría de los cuales los usó para beneficiar
a la corrupta monarquía del Vaticano.
Vale aclarar que la Madre Teresa fundó 517 casas de miseria y muerte en
133 países, pero no se interesó en hacer tan siquiera un hospital, ni hizo en
Calcuta ni en ningún otro lugar obras que en realidad beneficiaran a los pobres
o aliviaran a los enfermos que ella exhibía. Inclusive, entre los centenares de
miles de pobres que hay en Calcuta, su labor es casi desconocida y nadie
reconoce haber sido beneficiado por la organización de dicha santa, y ya se
sabe con certeza que casi todo el dinero que recibió su Orden, supuestamente
para beneficiar a los pobres y enfermos que la monja exhibía, fue a parar al
banco del Vaticano y que con él se benefició exclusivamente la burocracia
eclesiástica. En realidad, ella se llamaba Agnes Gonxha Bojaxhiu y era
albanesa, pero, por estrategia eclesiástica, tomó el alias de Madre Teresa de
Calcuta, y luego de su muerte ha sido acusada, entre otras cosas, de haber
cometido fraudes, de haber sido fundamentalista y corrupta, cínica, cruel,
peligrosa para la sociedad, propagadora de la pobreza, apologista de la
misoginia (odiaba a las mujeres en especial a las niñas), vocera de la miseria,
auspiciadora del dolor ajeno, coleccionista de tesoros de dudosa procedencia,
enemiga de los Derechos Humanos.
Pero, según parece, la Iglesia como Estado y como directora del
cristianismo tiene los días contados, pues las comunicaciones modernas le están
diciendo a todo el mundo que nada es más imposible que la existencia de un hijo
de Dios con una mujer y que creer que el Cristo romano es hijo de Dios es igual
a validar la calumnia que la Iglesia le ha hechos al Creador; y ese encierro de
embajadores inútiles ante la Santa Sede, que son los únicos ‘empleados’ que no
viven en el Estado donde supuestamente trabajan, por dignidad humana debe
desaparecer. Y, además, a estas alturas de cultura humana es una vergüenza para
el pueblo honesto italiano, que la Iglesia Romana continúe con ese negocio de
mentiras que en el argot eclesiástico es conocido como “La Fábula de
Jesucristo”.
Debido al viejo adoctrinamiento eclesiástico, nuestra justicia es una
farsa tan evidente que sólo los delincuentes dicen creer en ella. Y la razón
para que impere la injusticia se debe a la idiosincrasia que heredamos de los
esclavistas europeos y de la Iglesia. Instituciones como el Congreso, las Altas
Cortes, la Fiscalía, la Procuraduría, la Contraloría y toda la parte Ejecutiva
de casi todos los gobiernos occidentales crónicamente han sido guaridas de
funcionarios bandidos y corruptos, lo cual es un vicio gubernamental que viene
operando desde que lo enquistó en los partidos políticos del hemisferio
eclesiástico el antiguo y todo poderoso pontificado romano.
La historia de pato muerto que voy a contar ocurrió en Colombia y empezó
con la muerte de un señor de apellido Rodríguez, cuya viuda, de nombre Isabel
Cristina Marín, le dio poder al entonces abogado litigante Alberto Rojas Ríos
para que demandara al Estado colombiano por la muerte de su esposo, ya que el
causante del accidente que produjo la muerte del señor Rodríguez era un
empleado oficial. Además, en esta historia de pato muerto queda reflejado el
indignante modo de funcionamiento de los despachos judiciales de este país, es
decir, de las oficinas que administran la justicia, que en la práctica son unas
auténticas ratoneras, cuyo juez o magistrado es el ratón pluma blanca del
Despacho.
El abogado instauró la demanda, y el 2 de julio del año 1996 recibió un
cheque por más de 117 millones de pesos como pago de la indemnización a la
viuda de Rodríguez, pero dicho leguleyo no le informó de ese asunto a su
poderdante sino que se quedó con el dinero de la viuda y poco después, con la
ayuda del entonces Procurador Edgardo Maya, fue nombrado procurador delegado y
más tarde ascendido a viceprocurador, por lo que Rojas no volvió a su oficina y
a la viuda, luego de enterarse en el juzgado que su abogado había recibido el
dinero, le fue imposible hablar con él, ya que siempre que llamaba a la
procuraduría, su secretaria le decía que el doctor estaba ocupado, y cuando iba
a su despacho le decían que el doctor estaba en una reunión y que quizá ese día
no venía a su oficina.
Luego de muchas diligencias fallidas para hablar con dicho abogado, la
viuda le instauró a su representante y entonces procurador delegado, Alberto
Rojas, una demanda por estafa a la que luego le añadió el delito de falsedad,
ya que, en su defensa, el leguleyo aseguró que ella le había vendido los
derechos de indemnización a un tal Héctor Hernando Betancourt, un señor que
resultó ser paisano y amigo del abogado Rojas, y quien públicamente nunca se ha
pronunciado acerca de ese asunto. El abogado defensor de Rojas entregó en el
despacho del juez que llevaba el caso, una constancia supuestamente autenticada
en una notaría que certificaba que la viuda le había vendido los derechos de
indemnización al tipo ya mencionado y, por el agregado de demanda por falsedad,
el proceso tomó un nuevo rumbo, ya que hubo que verificar las firmas, tanto de
la viuda como del notario y luego de tomarse varios años el trámite de ese
asunto, ambas firmas resultaron ser falsas, inclusive, con el agravante de que
en la fecha que aparecía en la constancia, el notario encargado que
supuestamente la había firmado ni siquiera trabajaba en dicha notaría, y, como
si eso fuera poco, en una audiencia de verificación, el supuesto comprador de
los derechos, aunque en el despacho judicial declaró haberse reunido cuatro
veces con la viuda para cerrar el negocio, no pudo distinguir a la señora
Isabel Cristina entre varias mujeres y señaló como la vendedora de dichos
derechos a otra mujer que solo hacía parte del grupo y que no estaba
involucrada en el pleito.
Como suele suceder en Colombia con las demandas de personas humildes, o
indefensos en contra de poderosos corruptos, el proceso de la viuda pasó de un
juzgado a otro, sin lugar a dudas con el propósito de quemar tiempo para que
caducaran los delitos de la demanda y con ello favorecer al poderoso bandido
demandado. Y mientras la viuda y sus hijos afrontaban toda clase de
dificultades por la muerte del señor Rodríguez, el ya encumbrado abogado Rojas
con la ayuda del procurador Maya ascendió al cargo de Procurador Encargado,
elevación de cargo que para la viuda hizo más difícil la recuperación de su
dinero. Su situación económica cada día era más fuerte y con la esperanza de
obtener ayuda de la Procuraduría, la viuda le escribió una carta al procurador
Maya contándole sobre el litigio que tenía con su amigo y subalterno y las
necesidades económicas que estaba afrontando. El procurador le respondió: Por
tratarse de un asunto estrictamente personal, con afirmaciones no probadas, y
además ajenas al desempeño de funciones públicas actuales o pasadas, le informo
que he remitido su comunicación al doctor Alberto Rojas Ríos, Procurador
Delegado para Asuntos Civiles de este Organismo, para que le responda.
Sobra decir que el abogado estafador nunca respondió la ‘comunicación’ de la
viuda.
Luego de pasar por varios juzgados, el fallo en primera instancia lo
dio el Juzgado 21 Penal del Circuito, cuyo juez, en su sabiduría, sobre el
delito de estafa declaró atipicidad y dijo que lo cometido se podría adecuar
más bien a otro delito: abuso de confianza. Sin embargo, como había pasado
tanto tiempo, el abuso de confianza ya había prescrito. Y dicho togado también
sentenció como prescrita la demanda por falsedad material, quedándole a la
viuda el derecho de apelación, pero, por temor a represalias judiciales, ningún
abogado aceptó representarla y le tocó darle el poder a un leguleyo facilitado
por la Defensoría del Pueblo quien, sin hacerle reparos al fallo ni agregar
argumento a dicho documento, presentó la apelación.
La viuda con frecuencia iba al despacho del magistrado que estaba a
cargo de la apelación de su demanda y en la Secretaría siempre le mostraban el
expediente y le decían que estaba en cola, y que el magistrado tenía pendientes
muchos procesos anteriores al suyo. Estando en esas vueltas se dio cuenta que
el magistrado había fallado un pleito que había llegado mucho después del suyo,
y, en la oficina, en voz alta protestó por esa anomalía. Al oír sus palabras,
la secretaria del magistrado le dijo que si tenía algún reclamo que lo hiciera
por escrito, y a los tres días la viuda entregó un derecho de petición
solicitándole al magistrado agilizar su proceso y explicaciones acerca de
porqué ya había fallado un proceso que había llegado al despacho mucho después
que el suyo. Y pasó más de un año y el proceso continuó quieto y el magistrado
no respondió el derecho de petición, o sea que en el despacho del administrador
de justicia, ni verbal ni por escrito le pararon bolas a los reclamos de la
viuda.
De manera inusitada, un día surgió un hecho que la viuda quiso
aprovechar para recuperar su dinero. Dicho evento surgió porque, según comentarios
del público, el presidente Santos estaba dispuesto a hacer lo que fuera con tal
de que le dieran el Premio Nobel de la Paz, y el decir de la gente no era
descabellado; Santos se había enemistado con el expresidente Uribe, con cuyo
apoyo se había ganado la presidencia, y se había convertido en ‘el mejor amigo’
del presidente venezolano Hugo Chávez quien a la vez era el peor enemigo de
Uribe; todo esto para facilitar una negociación de paz con las FARC, que era el
grupo guerrillero más antiguo del mundo y que estuvo a punto de ser aniquilado
militarmente en el gobierno de Uribe, pero que fue salvado por el presidente
venezolano que protegió en su nación a la mayor parte de sus cabecillas y un
buen números de guerrilleros. Y, por haber protegido a los jefes de las FARC en
su territorio, surgió una gran enemistad entre Uribe y Chávez; y mientras en
esa época la situación económica de Colombia era difícil debido al pésimo
gobierno que había hecho el presidente Andrés Pastrana, a quien sucedió Uribe, la
economía de Venezuela era holgada ya que el precio del petróleo estaba por las
nubes, a lo que se le añadía un chorro de millones de dólares que entraban por
el narcotráfico, controlado en dicha nación por el ‘Cartel de los Soles’ que
estaba a cargo de militares venezolanos de alto rango y algunos miembros de las
FARC, organización comunista que ya era considerada como narcoterrorista.
El tratado de paz se estaba haciendo en la Habana, y, por así decirlo,
tenía tres afanes distintos: El afán más amplio era el del pueblo colombiano
que habiendo sufrido más de medio siglo de violencia, anhelaba vivir en paz. El
segundo afán, en números, lo integraban los líderes de las FARC quienes tenían
muy mala imagen en su país y ahora eran considerados como narcoterroristas y,
debido a los cambios políticos mundiales, cada día tenían menos apoyo
internacional y cada vez les quedaba menos espacio para evadir la justicia o la
muerte, y, por lo tanto, el único remedio para evitar el derrumbe era lograr un
tratado de paz. Y, en solitario, estaba el afán del presidente Santos de firmar
un acuerdo de paz con las FARC para que le dieran el Premio Nobel de la Paz.
En Colombia, durante 50 años, la guerra había sido un buen negocio para
unos pocos y se suponía que la paz lo sería para todos, pero el tratado que
estaba negociando en la Habana el gobierno Santos con los jefes de las FARC
afrontaba dificultades porque algunas de las exigencias se convertían en un
círculo vicioso. Lo que les exigía el pueblo colombiano a los jefes de las
FARC, para aprobar el pacto de paz, aparentaba ser una cosa simple, pero en la
práctica era irrealizable. El pueblo les pedía que dijeran la verdad acerca del
paradero de los miles de secuestrados o desaparecidos y además que dijeran
dónde estaban los restos de sus seres queridos asesinados para que sus
familiares les pudieran dar un sepulcro digno. Y, aunque algunos pedían
castigos para los jefes terroristas, a la mayoría de los colombianos nos les
importaba que no encarcelaran a los jefes de las FARC, pero casi nadie estaba
de acuerdo con que el gobierno les asignara cupos en el Congreso, lo cual,
según se comentaba, era una de las exigencias de dichos líderes, quizá con la
intención de impulsar un gobierno comunista.
El mayor problema, según un
líder guerrillero anónimo, se debía a que las FARC jamás elaboraron una lista
de los secuestrados que asesinaron, y los restos de casi todas las personas que
fueron asesinadas por dicha organización están en las profundidades de algún
río, ya que la orden de los jefes era atarles piedras y echarlos al agua. Y,
según dicho informante, será muy difícil hallar e identificar los restos de los
que fueron sepultados en el campo, debido a que ni los sepultureros sabían los
nombres de los asesinados ni los mandos guerrilleros conservaban los nombres de
los sepultureros, quienes muchas veces eran campesinos nómadas que trabajaban
en cultivos ilícitos. La verdad, añadió el informante, es que entre los
miembros de las FARC nadie sabe del paradero de los restos de los secuestrados
que asesinaron, pero, por las consecuencias que pueden surgir por esos hechos,
a los jefes del grupo terrorista no les conviene decir la verdad a rajatablas.
Y dicho líder guerrillero confesó que los jefes de las FARC no podían
decir que ordenaron asesinar a los secuestrados y echar sus cuerpos a algún río
porque eso sería reconocer haber cometido delitos de lesa humanidad, los cuales
no caducan y son fuertemente castigados por la Corte Penal Internacional que
tiene jurisdicción en casi todos los países del mundo y de la que es casi
imposible escapar cuando emite una orden de captura. Un olvido y cuenta nueva
con unos cuantos cupos en el Congreso para usarlos de apoyo para legitimar el
haber sido perdonados y aceptados en la sociedad colombiana era el objetivo a
conseguir por la cúpula terrorista, y el presidente Santos estaba dispuesto a
concederles cualquier cosa con tal de tener la opción del Premio Nobel de la
Paz.
Resulta contradictorio el hecho de que Santos hubiera ganado la
presidencia con la promesa de terminar el propósito de Uribe, o sea, derrotar
militarmente a las FARC, y que se hubiera hecho reelegir con la promesa de
firmar la paz con dicho grupo terrorista, pero así ocurrió, y el presidente, en
su segundo mandato, no solo contaba con el apoyo de gran parte del pueblo
colombiano, sino que también tenía de su lado la mayoría del Congreso. Sin
embargo, en la Corte Constitucional había varios magistrados que se oponían a
algunas de las leyes o normas que necesitaba aprobar Santos para satisfacer las
exigencias que le hacían los jefes de las FARC para firmar el pacto de paz. De
ese tema se supo que el presidente les había dicho a los senadores aliados
suyos que si querían que él les diera más ‘mermelada’ (dinero del tesoro
público), debían ayudarle con la elección de magistrados dóciles al llenar las
vacantes que se presentaran en la Corte Constitucional, togados que son quienes
aprueban o desaprueban la legitimidad de las leyes y normas nuevas de la nación
y de cuyo apoyo necesitaba para el afán ya explicado.
De esa necesidad del presidente Santos fue que surgió la esperanza de
la viuda Isabel Cristina. El corrupto abogado Alberto Rojas Ríos hizo parte de
la terna enviada al congreso para elegir a un magistrado de la Corte
Constitucional, y aunque los opositores a su elección lo señalaron de tener
varios líos judiciales, entre estos, la evasión de impuestos al no haber
declarado 500 millones de pesos que estaba comprobado que se había ganado, al
fin de cuentas el tipo resultó elegido. Y cuando la viuda supo de dicha
elección, con la esperanza de que el presidente Santos no posesionara al
magistrado elegido hasta cuando éste le devolviera el dinero que le había
robado, le dio la información de su problema con dicho personaje a un noticiero
de televisión que no dudó en hacer un escándalo público con ese tema.
En dicho noticiero explicaron las mañas que había usado el ahora
elegido a magistrado de la Corte Constitucional para que se vencieran sus
delitos y mostraron documentos y detalles con los que no dejaban duda de que el
tipo le había robado a la viuda el dinero que el Estado había pagado de
indemnización por la muerte de su esposo y, por el efecto de ese lío, varios
medios de comunicación controlados mediante chantaje por el gobierno dieron esa
noticia. La posesión de dicho ladrón debía realizarla el presidente Santos y
fue programada para el 2 de mayo de 2013, y la opinión pública daba por seguro
que el Jefe de Estado no posesionaría al abogado Rojas hasta que quedara claro
el lío con la viuda, inclusive, se decía que el presidente, para curarse en
salud, anularía esa elección, pero por si acaso, el día de la posesión un gran
número de periodistas desde temprano se ubicó en la puerta del Palacio de
Nariño, en espera de la llegada del abogado Rojas.
La noticia se supo casi a las once de la noche, y el dato frustrante
era que mientras los periodistas hacían guardia en la entrada oficial del
Palacio de Nariño, el abogado Rojas Ríos había entrado al Salón Amarillo
presidencial por la entrada de las ratas de cuatro patas, es decir, por una
entrada oscura y secreta que más que todo es el coladero por donde entran las
ratas de cuatro patas al palacio presidencial, y también a veces es usada por
el personal de mantenimiento. Se supo que el tipo entró como a las nueve de la
noche y que en menos de diez minutos salió por donde había entrado. Y por el
afán del presidente Santos de ganarse el Nobel de la Paz, esa noche la rata
humana llamada Alberto Rojas Ríos salió de la oficina presidencial siendo un
Honorable magistrado de la Corte Constitucional, y la viuda Isabel Cristina
quedó siendo pato muerto de la justicia colombiana.
La viuda siguió pidiéndole ayuda a la prensa para recuperar su dinero,
pero el presidente Santos, para acallar ese escándalo les hizo saber a los
dueños y directores de noticieros que él era quien manejaba la billetera para
la publicidad del gobierno y que los medios informativos que quisieran seguir
beneficiándose con esa mermelada, tenían que abstenerse de publicar noticias
escandalosas que pudieran dañar la buena imagen gubernamental, y, por ese
chantaje presidencial, el tema de Isabel Cristina se convirtió en pato muerto
para los periodistas.
La injusticia no es solo un problema colombiano, pues en muchas
naciones la Justicia es una farsa, inclusive, en algunos países hacen más
justicia los escándalos que surgen con las investigaciones periodísticas que
los fallos de los togados. Y en muchas partes hay mecanismos judiciales
perversos para condenar inocentes, como, por ejemplo, el cartel de testigos
falsos creado por Estados Unidos para hacer procesos mañosos y utilizarlos para
apoderarse del dinero de los mafiosos. Para dicho gobierno, mediante su cartel
de testigos falsos, los mafiosos se convirtieron en el mejor negocio, ya que
cuando logra capturarlos usa testigos falsos y a cambio de beneficios que
siempre incluyen una gran reducción del tiempo de cárcel, los despoja de todo
el dinero que sea posible y los obliga a delatar a otros mafiosos y a ser
testigos falsos de otros procesos mañosos, es decir, a involucrar como mafiosos
o delincuentes a personas inocentes que, por alguna razón, dicho gobierno desee
iniciarles un proceso para convertirlos en pato muerto.
Y, aunque los carteles de testigos falsos son más usado por las leyes
de los Estados Unidos, dichos carteles existen en casi todos los gobiernos del
mundo; por ejemplo, son numerosos y poderosos, entre otros, los de Argentina,
Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, Nicaragua, Rusia, Venezuela, naciones
estas en las que hay un sinnúmero de prisioneros inocentes, condenados en base
a declaraciones de delincuentes que se han convertido en testigos falsos y que
se han beneficiado dando testimonios falsos mediante los cuales la Justicia ha
dictado enormes sentencias carcelarias en contra de personas inocentes, pero
que, al Estamento, le resultan incómodas sus actividades.
Debido a la gran descomposición social y a que el mundo se rige por
leyes, creo que si fuera abogado tendría una gran ventaja el mandracu que se
convierta en Rey de la Humanidad. Prueba de ese detalle es que más de la mitad
de los gobernantes del mundo son abogados, y el porcentaje de leguleyos
congresistas es mucho mayor. Y en este punto doy por terminada mi exposición;
gracias señoras y señores mandracus por oír mis razonamientos.
Nota: El libro Pato Muerto se consigue por Internet.